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Cuando Argentina violó el territorio de Haití (página 2)



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Un
poeta de la negritud

1954 es también el año en que llega a la
Argentina acreditado como embajador de Haití, Jean
Brierre. Nacido en 1909, este hombre a
horcajadas entre la juventud y la
madurez, es ya un veterano de múltiples combates donde la
literatura ha
sido el arma para denunciar el constante atropello del imperialismo
yanqui a su pequeño país.

Seis años de edad tan solo cuenta Brierre cuando
los Estados Unidos
inician una ocupación que durará casi dos
décadas. Largo tiempo en que
ese niño se hará adulto, sufriendo las
consecuencias como negro de la importación por parte del ocupante, de los
modos racistas del Profundo Sur.

Una consecuencia de la larga intervención
estadounidense es el abrir entre los jóvenes intelectuales
haitianos (grupo
naturalmente minoritario en relación al total de la
población pero muy dinámico e
influyente) un debate sobre
la identidad
nacional. Penetra en ellos una fuerte ola de africanismo que
hace que hacia la década de 1930 se imponga la novela y la
poesía
del negrismo, fenómeno que se hace carne en toda la
literatura caribeña, especialmente en Cuba con
autores de la envergadura, por ejemplo, de Nicolás
Guillén.

El negrismo (o negritud) como concepto se nutre
de la influencia del marxismo, el
psicoanálisis, los movimientos literarios
de vanguardia y
de la necesidad de cuestionar las convenciones y prejuicios
sociales. Su propósito es recuperar la dignidad del
negro como individuo
sometido durante siglos a la discriminación y el desprecio por su
supuesta inferioridad; reivindicar la herencia africana
en la cultura y vida
cotidiana occidental; exaltar la relación del mundo negro
con la naturaleza y
afirmar su mayor sentido del ritmo.

El negrismo ha nacido en el lugar "natural" del exilio
cultural de esos intelectuales africanos y caribeños:
París. Su referente es el poeta senegalés
Léopold Senghor. Este será un guía para el
joven Brierre, por esos años en que como agregado
subalterno a la modesta estructura de
representación exterior haitiana, alterna los ambientes
bohemios parisinos y neoyorquinos. La relación entre ellos
se mantendrá solidaria e inalterable a lo largo del
tiempo. Así cuando en la década de 1960, Brierre
tras pasar un tiempo en las cárceles del dictador haitiano
Francois Duvalier, el temible Papa Doc, es expulsado de su
patria, encuentra la generosa acogida de su amigo Senghor, por
entonces presidente de Senegal y ya considerado como el
más importante intelectual africano que ha dado el
siglo.

Jean Brierre expresa en su poesía la amargura y
la esperanza. Sus versos denuncian la opresión de su
patria y de su raza. Y también recupera la simbiosis entre
su patria y África. Su patria que ha sido no solo la
primera república latinoamericana sino también la
primera republica negra del mundo en un mundo donde la esclavitud era
aun un hecho omnipresente. Y que vio surgir azorado y
escandalizado a esa "insolencia independentista" construida por
quienes estaban destinados "naturalmente" a llevar cadenas.
Brierre vuelve entonces la mirada a su África
dolorosa y maternal, como una manera de encontrar en ella a su
propio Haití, igualmente doloroso y maternal.

Ese Haití, el país más pobre del
continente, a quien el destino le lleva a representar
diplomáticamente en el país más rico de
Sudamérica. País cuya capital
–poderoso faro cultural- le promete una estadía, a
el y a su esposa, tranquila y reposada. Y así
vivirá en Buenos Aires el
matrimonio
Brierre la vida muelle propia del mundo de las representaciones
extranjeras destacadas en una nación
amiga, hasta que en el gélido mes de junio de su segundo
año como embajador, las circunstancias alejarán
para siempre toda esa vana fruslería
protocolar.

Operación Masacre

Comenzado a última hora del sábado 9 de
junio de 1956, el movimiento
militar que contra el gobierno de facto
presidido por el general Pedro Aramburu encabezó un
antiguo amigo y compañero de promoción de este, el general Juan
José Valle, fue neutralizado y reducido en poco tiempo. A
media mañana del día 10 se rendía el
último foco rebelde en Santa Rosa. Por entonces,
fracasados los intentos de copamiento de unidades militares y/o
emisoras de radio en Buenos
Aires, La Plata, Campo de Mayo y Rosario, la insurrección
está definitivamente vencida, demostrando en su
rápido fracaso, tanto su falta de preparación y
cohesión, como el grado de infiltración previa por
parte de los servicios de
inteligencia
del gobierno faccioso.

Este episodio podría haber pasado a la historia como uno más
de los tantos pronunciamientos y "fragotes" del ciclo que se
inicia en 1930. Sin embargo, la forma brutal en que fue aplastado
le dio una entidad distinta. Por primera vez en la Argentina
moderna, un gobierno ejecutó a algunos de los
participantes (reales o supuestos) de un conato de
rebelión. Durante los tres días que siguen al
comienzo de la "revolución
de Valle", son fusilados dieciocho militares y nueve civiles. Tal
vez este derramamiento de sangre
injustificable encuentre explicación en el temor del
gobierno de facto a que el levantamiento degenerase en guerra
civil.

En esencia a la conspiración que encabezó
el general Valle secundado por el general Raúl Tanco, se
le puede categorizar como un movimiento que obedeció a una
lógica
interna militar. En primer lugar fue retroalimentado por el
descontento de muchos oficiales y suboficiales que habían
sido retirados en la purga que siguió a la
destitución de Perón
primero, y de Lonardi después. Tan solo luego
acudió en su constitución (aunque determinante en su
ejecución y en la mística que generó con
posterioridad a su derrota), el clima de resistencia
generalizada en los sectores proletarios de la población a
algunas medidas regresivas en materia
económica y social adoptadas por el faccioso gobierno
provisional con claro sentido de revancha clasista para con los
simpatizantes del régimen populista depuesto. Fue en este
contexto de intranquilidad donde los responsables castrenses de
la insurrección lograron (en contraprestación a las
muchas deserciones de último momento de oficiales
previamente comprometidos), el apoyo de civiles
peronistas.

A pesar de esa simpatía activa de los partidarios
del justicialismo que transformaba al golpe en un movimiento
vico militar
de indudable raigambre popular, los jefes militares del mismo
esperaron en vano la aprobación de Perón. El ex
presidente por entonces exilado en Panamá,
fue sumamente duro con los alzados. Resentido aún por la
actuación de la Junta de Generales (de la que fueron
integrantes Valle y Tanco), que había operado como
transición en su salida del poder en
setiembre de 1955, le escribió el 10 de junio a su
delegado personal John
William Cooke: "-si yo no me hubiera dado cuenta de la
traición y hubiera permanecido en Buenos Aires, ellos
mismos me habrían asesinado, aunque solo fuera para hacer
mérito con los vencedores".

Aunque con posterioridad el imaginario peronista
ubicó a Valle y a los otros oficiales alzados en junio de
1956 como figuras destacadas del martirologio del movimiento
popular, lo cierto es que en el momento de los hechos, estos
clamaron en vano el nombre de un líder
que sin reciprocidad se comportó en la contingencia con la
misma hostil indiferencia con la que un siglo antes actuó
Urquiza en relación a los alzamientos que en el poniente
argentino efectuaban esperanzados en el caudillo entrerriano,
Peñaloza o Varela.

Ese componente plebeyo altamente presente no solo en los
protagonistas civiles sino en el importante número de
suboficiales sublevados, tal vez también sea una clave
para comprender la crudeza y el grado tal de represión
aplicado por parte del gobierno de facto, al punto que la
ley marcial
solo fue suspendida el 12 de junio luego de ser detenido y
fusilado al general Valle, jefe del levantamiento. Sin embargo
los sectores más duros del régimen entendían
que igual suerte debía correr el otro general complotado,
Raúl Tanco. El problema era capturarlo…

Un
chalet en Vicente López

Eso es físicamente la embajada de Haití en
ese tiempo de convulsiones. Una confortable edificación
con un amplio parque, situada en el bucólico paisaje de
los privilegiados suburbios septentrionales allendes a la capital
argentina. Dato no menor por los hechos que van a sobrevenir es
que cuenta con una construcción anexa utilizada como garaje,
con varias habitaciones en la planta alta. La tranquilidad del
barrio es solo alterada por el estruendoso paso de los coches de
una línea de colectivos que sirve para espabilar
periódicamente al agente policial de facción
ubicado permanentemente frente a la embajada…y
también para que uno de esos coches en los hechos que van
a sobrevenir juegue con su oportuna aparición en escena,
un papel providencial.

A media tarde del lunes 11 de junio golpean a la puerta
del chalet dos hombres. Son un teniente coronel, Salinas, y un
gremialista, García, ambos participantes de la frustrada
rebelión que llegan a la legación haitiana buscando
asilo.

Este les es concedido sin objeción alguna por el
embajador Brierre. Los familiares de los refugiados enteran a
otros de la generosa disposición encontrada y en las horas
siguientes acuden a pedir asilo dos coroneles: González y
Digier, un capitán, Bruno, y un suboficial, López.
Se les aloja en las habitaciones del anexo situadas arriba del
garaje.

Al día siguiente Brierre se traslada a la
Cancillería a informar formalmente el otorgamiento de
asilo a los refugiados en la embajada. En la madrugada del jueves
14 aparece por la sede diplomática otro perseguido en
busca de amparo. Se trata
del general Raúl Tanco, quien llega muy cansado y ganado
por una sombría depresión
luego de sortear casi de milagro el ser capturado por la
parafernalia de fuerzas que el gobierno dispuso para
encontrarlo.

Tanco será el último que traspase la reja
a la libertad de la
embajada, pues inmediatamente esta será rodeada por
fuerzas policiales que impiden el paso por la cercanía a
los viandantes. Sin embargo la custodia en si de la sede
diplomática desaparece pese a los reclamos infructuosos de
Brierre a la Cancillería. El embajador está
alarmado por los continuos llamados telefónicos
anónimos que preguntan a lo largo de ese día por
"el hijo de puta de Tanco".

Anochece la jornada del 14 de junio cuando Brierre
abandona la embajada con la finalidad de agregar en
Cancillería el nombre de Tanco a la lista de asilados.
Estos, alojados en el anexo, se sienten a resguardo de cualquier
peligro ya que esa casa de Vicente López de acuerdo al
derecho internacional es territorio extranjero, con mayor
precisión: territorio soberano de la República de
Haití donde no puede alcanzarlos la represión que
impera en la República Argentina.

Se equivocan. A poco de abandonar Brierre la residencia,
dos vehículos se estacionan frente a esta, descendiendo de
los mismos una veintena de hombres fuertemente armados. Quien
comanda el grupo es el general Domingo Quaranta, jefe del temible
Servicio de
Informaciones del Estado (SIDE),
que tras ordenar el retiro del retén policial, penetra
violentamente en la sede diplomática, sacando por la
fuerza del
anexo de la misma a los siete asilados.

Estos son obligados a ubicarse a lo largo de la verja
exterior. El grupo asaltante se posiciona frente a ellos
preparando sus armas. La
intención es fusilarlos allí mismo. Pero en ese
instante aparece corriendo desde el interior de la casa, Therese
Brierre, esposa del embajador. Ante la inminencia de lo que se va
a perpetrar, la señora Brierre comienza a dar gritos
desesperados.

El general Quaranta la aparta bruscamente mientras le
vomita el insulto natural a su lógica racista y sexista:
"-callate negra hija de puta". Ante el escándalo un grupo
de vecinos se acerca y forma corrillos en el lugar. El jefe de la
Side toma entonces una decisión. Parte de su grupo se
queda conteniendo al vecindario mientras que el resto parte con
los prisioneros hasta la esquina, para allí, sin testigos
inoportunos consumar la matanza. En ese menester están
cuando aparece providencial, un colectivo que se detiene para
bajar pasajeros. Ante esta nueva intromisión a sus planes,
Quaranta decide cargar a los secuestrados en el mismo colectivo y
llevarlos a otro lugar donde poder impune y "legalmente"
perpetrar el asesinato de los mismos.

Ese lugar es un cuartel ubicado en la Capital Federal.
Allí los prisioneros son identificados y despojados de sus
efectos personales. La muerte les
ronda tan de cerca que en uno de los sobres donde se depositan
esos efectos puede leerse: "pertenencias de quien en vida fuera
el general Tanco". Ante tan tétrica evidencia, este y sus
compañeros de infortunio se van resignando a sumarse a la
lista de fusilados.

Pero quien no se resigna es la señora Brierre que
por vía telefónica denuncia inmediatamente el hecho
a las agencias internacionales de noticias y se
comunica con el ministerio de asuntos exteriores haitiano
solicitando su intervención. Poco después llega a
la embajada Jean Brierre, que tras ser puesto al corriente del
atropello, retoma sobre sus pasos y se dirige nuevamente a la
Cancillería, donde es recibido por un subsecretario,
burócrata menor a quien le exige la búsqueda y
devolución de los secuestrados. Oficialmente el gobierno
de Aramburu afirma no tener nada que ver con el episodio,
prometiendo "investigarlo". Pero Brierre no se conforma con esa
promesa. Protesta con vehemencia, interesando al mismo tiempo en
el asunto a la embajada de Estados Unidos. Solo entonces el
gobierno faccioso de Aramburu asume el escándalo
internacional al que su torpeza y su sed de venganza para con los
vencidos, está dando lugar.

Cerca de esa gélida medianoche, los prisioneros
que desde su traslado hace horas al cuartel, esperan en la
intemperie del patio de armas el momento de su fusilamiento
(ahora si a punto de concretarse tras ser dos veces postergado en
esa jornada), son llevados a una oficina, donde el
alma les
vuelve al cuerpo al ver aparecer al embajador Jean Brierre
acompañado de dos burócratas argentinos: el
subsecretario de Relaciones Exteriores y el jefe de Ceremonial
del Estado, que con hipócrita solemnidad le "devuelven" a
aquel sus asilados. Uno de estos le comenta a Brierre que les han
hecho firmar bajo coacción declaraciones, lo cual
está vedado por el derecho internacional. Brierre
manifiesta que hay que romper las mismas. Los burócratas
se oponen hasta que la firmeza y decisión que denota la
voz del haitiano impone su destrucción.

Minutos después en dos automóviles
iluminados en la tenebrosa noche de una Argentina dividida por la
refulgente luz grana y azul
de la bandera haitiana, hacinados a tal punto que alguno de ellos
viaja literalmente en las rodillas del embajador, siete
argentinos salen de la muerte y
vuelven a entrar en la vida.

El
legado de los Brierre

Jean Brierre no tuvo la suerte de esos siete argentinos.
Regresó a su país en donde como tantos otros
intelectuales y políticos haitianos sufrió a partir
de 1957 la persecución y el encarcelamiento por parte del
nuevo hombre fuerte de su atribulada tierra,
Francois Duvalier. A principios de los
sesenta fue expulsado al exilio. Este como ya
expresáramos, adoptó la forma -gracias a una
generosa invitación de su amigo Léopold Senghor- de
un fecundo cuarto de siglo de residencia senegalesa. Allí
Brierre continúa con su labor literaria, dando a luz en
este período algunas de sus mejores obras. Senegal impuso
en mérito a su labor cultural en 1998 el premio "Jean
Brierre de Poesie", destinado a fomentar las inquietudes de
jóvenes valores en
África y América.

En 1986 con el peso de los años a cuestas y la
nostalgia por su patria, Jean Brierre retorna a Haití
donde fallece en plena transición de la dictadura a la
democracia, a
fines de 1992. La muerte le impidió ver a su país
encauzado en un rumbo por el que había luchado toda su
vida.

En la Argentina había sido casi olvidado hasta
que en 1964 el historiador revisionista Salvador Ferla
rescató el protagonismo que tuviera con su esposa en los
hechos de junio de 1956, dedicándoles varios
parágrafos de su
libro
Mártires y Verdugos.

Sin embargo Ferla, más allá de lo
encomiable de su intención, muestra la
actuación del matrimonio Brierre bajo una óptica
paternalista y un apenas disimulado racismo.
Así en su relato Brierre es "un negro que tiene alma,
nobleza, bondad…Acaso para castigar la soberbia racial de
algunos blancos Dios produce casos como este", y en
el epílogo del episodio es "el negro (que) los saca (a los
prisioneros) del infierno blanco". De las condiciones y
antecedentes intelectuales de Brierre, no dice una palabra. La
señora del embajador es "una mujer de color" y
finalmente una "!negra linda y virtuosa!", definición que
en algún modo recuerda, aunque en sentido contrario, el
insulto brutal pero menos hipócrita que un asesino como
Domingo Quaranta le espetó a Therese Brierre. Este al
gritarle: "-callate, negra hija de puta", mostró sin
cortapisas un discurso
racista (y machista) común a la sociedad
argentina de esa época. En esa misma sintonía opera
una fabulación construida al calor del
"luche y vuelve" por Rodolfo Walsh a principios de la
década del 70, cuando pone en boca de Brierre, sin citar
fuente ni circunstancia la siguiente definición: "nosotros
como descendientes de esclavos no podemos ser otra cosa que
peronistas". Frase muy encomiable desde el punto de vista de la
épica política, pero
evidentemente apócrifa.

Tarde llegó el homenaje del pueblo argentino a
Jean Brierre. Recién en el año 2004, en el
bicentenario de la independencia
de la primera republica latinoamericana, de la primera
república negra del mundo, el Congreso Nacional, la
Cancillería y el Concejo Municipal de la Ciudad de Buenos
Aires recordaron con sendas placas su nombre. Resonó
entonces en esos recintos, como una voz espectral surgida de lo
más recóndito de la razón y la justicia el
argumento esgrimido en 1956 por el embajador ante el gobierno
dictatorial argentino: "No porque Haití sea una nación
pequeña va a permitir semejante atropello. Por el
contrario, los pequeños países deben ser respetados
escrupulosamente porque son pequeños, para que el derecho
sea un imperativo moral y no de
fuerza."

Jean y Therese Brierre demostraron a todos los
argentinos con la ejemplar conducta
mantenida en una época lamentable de nuestra historia, que
los derechos humanos
no se actúan, se ejercen.

BIBLIOGRAFÍA

FERLA, Salvador. Mártires y verdugos,
Ediciones Revelación, Bs. As., 1964.

PAGE, Joseph A. Perón, Ed. Javier Vergara,
Bs. As., 1984.

PERON-COOKE. Correspondencia, Bs. As.,
1973.

POTASH, Robert A. El ejército y la
política en la Argentina (II)
, Ed. Hyspamerica, Bs.
As., 1986.

ROUQUIE, Alain. Poder militar y sociedad
política en la Argentina (II)
, Ed. Hyspamerica, Bs.
As., 1986.

WALSH, Rodolfo. Operación Masacre,
Ediciones de la Flor, Bs. As., 1972.

 

Florencia Pagni

Fernando Cesaretti

Escuela de Historia. Universidad
Nacional de Rosario

 

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